Pierpaolo Barbieri es un distinto dentro del mundo de los negocios. No solo por crear Ualá, una de las fintechs más importantes de América latina, sino por su prisma de historiador al momento de ver el mundo que viene. Egresado en Economía e Historia de Harvard, con un posgrado en Cambridge, no dudó en volver a la Argentina para fundar la compañía que ya tiene 6,5 millones de clientes a nivel global e inversiones comprometidas por más de 150 millones de dólares para los próximos 18 meses.
Su padre es italiano y su mamá argentina, pero de familia italiana. Hoy tiene 36 años, pero un pasado que lo muestra más maduro que la media. De hecho, no dudó entre tomar el examen para el ingreso a las universidades de Estados Unidos o hacer el viaje de egresados cuando tenía 17 años. El esfuerzo tuvo su retorno. “Apliqué, entré y me dieron la beca en Harvard, porque en ese momento, por supuesto, en la Argentina del 2004, no podía pagarlo. Y gracias a la generosidad de la universidad y de sus graduados, pude ir y estudiar ahí”, recuerda.
“Cuando llegué sentí el síndrome del impostor. Uno piensa, no me merezco estar acá. Y la verdad que yo en ese momento estaba convencido que no me lo merecía. ¿Por qué? Y porque yo venía de la Argentina. En los cinco años anteriores no había ido ningún argentino. Ese año fuimos dos. Un matemático muy premiado y yo”, describe. Esa fue la que define como la oportunidad más grande de su vida, y a su vez una gran responsabilidad. “Siempre supe que volvería a la Argentina y mi misión sería emprender”, resume.
Sus oficinas en Palermo tienen varias particularidades. Un contador suena y marca cada 20 segundos en tiempo real las nuevas cuentas y tarjetas que suman en los siete países en los que operan. Existen tres iguales funcionando en tiempo real. Uno en la casa de Pierpaolo, otro en la oficina y un tercero que le regaló a George Soros, uno de los inversores más importantes del mundo, que apostó por su proyecto cuando estaba en estadío de seed capital.
La primera sede está en Palermo, en lo que era una fábrica de muebles abandonada. Al principio eran 15 personas y cuando se mudaron ya se habían multiplicado por diez, con lo cual le quedó chica. Alquiló enfrente y tampoco le alcanzó. Ahora sigue minuto a minuto la construcción de sus headquarters para gran parte de los 1550 empleados de 17 nacionalidades y 50 ciudades que trabajan para la empresa. Busca que el edificio tenga el sello distintivo de su logo, el mismo que dibujó de puño y letra con un juego con el infinito.
“La verdad es que uno tiene que manejar el crecimiento y el llegar a una hiperescala tan rápido. Más cuando gran parte de eso fue en pandemia y con la necesidad de crear una cultura”, agrega el creador de un nuevo unicornio local, en esta entrevista para “Hacedores que inspiran”, de LA NACION + EY.
Por José del Río
LA NACIÓN