La crisis sanitaria global funciona como un catalizador de transformación e innovación. El mundo corporativo multinacional ha enfocado sus esfuerzos en mantener el negocio en distintas jurisdicciones a través del cuidado de su personal, la priorización de la liquidez, el foco en los clientes y, por sobre todas las cosas, el redireccionamiento hacia nuevas tecnologías y modificaciones sustanciales en sus modelos operativos y logísticos.
Los negocios familiares enfrentan la misma realidad, pero sus recursos suelen ser mucho más limitados. En general, los estados han tenido esta variable en cuenta y han direccionado ayuda hacia estos sectores de la economía en mayor medida. En nuestro país y según estudios privados, las empresas de capital nacional o familiares emplean cerca del 70% de la población activa.
De todos modos y yendo a la problemática local, la ayuda estatal no es suficiente para enfrentar los problemas que ha generado el virus y, sobre todo, el aislamiento provocado por aquel.
En esta columna hemos ya hecho hincapié en la necesidad de transformación e innovación que hoy son esenciales para poder reconvertir el negocio.
La recesión económica actual y los efectos de la crisis sanitaria no sólo impactan en el negocio sino también en la familia como órgano superior. En estos momentos, no sólo es fundamental preservar el patrimonio sino también la armonía familiar y los valores que suponen el legado para las futuras generaciones.
De hecho, el punto de inflexión que implica la situación actual produce modificaciones notables en las relaciones familiares. De hecho si éstas son abordadas a tiempo, pueden ser utilizadas como un revitalizador del legado que las futuras generaciones podrán utilizar como ejemplo de un período, en el cual los valores de la familia fueron puestos a prueba y lograron trascender con éxito.
Claramente el concepto más apremiante en la actualidad es la conservación del patrimonio. No obstante, los otros aspectos (armonía y valores) son imprescindibles para sostener las decisiones que deben tomarse en momentos complejos.
Las transformación e innovación en el modelo de negocios genera disrupciones que ameritan una visión de largo plazo que encuentre un camino común para transitar con coraje la situación presente. El foco en la armonía y valores familiares produce el efecto aglutinante que permite sortear de forma menos traumática la coyuntura. Asimismo, ese aglutinador permite los debates y la generación de consensos imprescindibles para realizar los cambios necesarios en la estrategia corporativa que permitan preservar el patrimonio.
En definitiva, la preservación del patrimonio no podrá lograrse sin el foco en los valores y armonía familiares. Los tres aspectos suponen una unidad inescindible. La complejidad radica en la administración de estos vectores en los momentos críticos.
Las modificaciones que la familia defina sobre la estrategia empresarial o los cambios tácticos en su modelo de negocios implicarán impactos en diferentes aspectos. Al respecto se pueden mencionar, sin ser taxativos, el factor legal (en sus vertientes de derecho de familia, sucesiones y sociedades) y el vector tributario, entre otros. Dichos impactos son consecuencias de las decisiones que tome la familia y sólo podrán ser abordados con éxito y con la debida mirada si previamente se han logrado los consensos necesarios para el golpe de timón empresario.
En lo que atañe a la cuestión tributaria, el re direccionamiento del negocio hacia el formato “post-covid-19”, no sólo debe posar la mirada fiscal sobre la empresa como unidad de negocios, sino también sobre los distintos integrantes de la familia como dueños y/o gestores de ese negocio. Un cambio estratégico o estructural de un modelo de negocios debe ser evaluado holísticamente. La coyuntura supone una oportunidad para revisar el negocio familiar y también, la estructura societaria, el nuevo presupuesto familiar, los roles futuros de los integrantes, las nuevas políticas o dinámicas que gobernarán las relaciones familiares, etc.
En la experiencia adquirida a lo largo de los años, he notado que, salvo excepciones, las estructuras societarias de los negocios familiares, para mencionar sólo un ejemplo, no obedecen a un análisis metodológico sino, más bien, a una sucesión de modificaciones que, a lo largo de los años, han definido un formato que, muy probablemente, no refleja las necesidades actuales del negocio ni de sus accionistas. En la misma línea, los cambios del sistema tributario ocurridos a partir de 2018 han impactado en las estructuras familiares. A modo de ejemplo, se pueden mencionar las modificaciones sobre la gravabilidad de dividendos. El sistema buscó la reinversión de utilidades gravando a la empresa y al accionista en forma diferencial y en momentos distintos. Ahora bien, en cuanto el régimen integra la tributación de la empresa y el accionista, debe también legislar sobre aquellas prácticas inclinadas a distribuir beneficios empresarios bajo otros formatos. La norma define cómo dividendos presuntos a los retiros de fondos por parte de los propietarios o titulares, a la utilización de activos de la empresa, a los gastos que la sociedad realice en favor de sus titulares o propietarios, etc.
Lo descripto implica la necesidad de evaluar la estructura societaria y distintas modalidades de compensación de los titulares y de utilización de los activos empresarios para fines particulares. Esto es solo un ejemplo de los cambios tributarios que deben ser atendidos ante el impacto que pueden generar en las estructuras societarias familiares.
De todos modos, el abordaje tributario del nuevo escenario debe efectuarse en un formato iterativo con el diseño de los aspectos resumidos en párrafos anteriores. De esa iteración surgirán las definiciones que, al final del día, cuenten con el consenso necesario para lograr lo que parece una utopía en estos tiempos, la preservación de patrimonio como así también la armonía y valores familiares.