De forma abrupta, la irrupción de la intervención en Ucrania hizo que relevantes autoridades y analistas pasaran de esperar la vuelta a los “locos años veinte” tras la desescalada del Covid a proyectar “el fin de la abundancia“, “la era de las grandes amenazas”, la llegada de la “policrisis” o de “la gran volatilidad”. Comienza así un nuevo año repleto de incertidumbres y esperanzas por igual, y desde EY queremos nuevamente contribuir a prepararnos lo mejor posible para afrontar los retos que el nuevo año nos depara.
Las cuestiones geoestratégicas y de seguridad seguirán marcando la agenda, como en 2020 y 2021 lo hizo el Covid. En el ámbito de seguridad y defensa, se estabilice o no el contexto estratégico europeo, que será crucial para determinar lo que ocurra en el ámbito económico y social, deberíamos tener muy presente dos nuevos escenarios de confrontación en el horizonte: la competición geopolítica con China y la creciente confrontación con el Estado Islámico en el Sahel.
Como es conocido, la invasión rusa de Ucrania nos devolvió a un clima de temor y altos precios de la energía y alimentos que disparó la inflación visualizando una elevada vulnerabilidad y dependencia de la economía europea. En 2023, la evolución de la economía mundial seguirá marcada por la incertidumbre y expuesta a la combinación de la guerra en Ucrania, los problemas energéticos y la crisis alimentaria mundial, la competición geoestratégica entre Estados Unidos y China, la elevada inflación, los altos y crecientes tipos de interés, el dólar fuerte y la necesidad de acelerar la transición energética y transformación digital. Todo ello dibuja un panorama de creciente incertidumbre y volatilidad, en el cual es mucho más difícil diseñar políticas económicas y estrategias de gestión empresarial.
A nivel macroeconómico, Estados Unidos seguramente logrará tener una recesión suave, o incluso evitarla, pero será difícil que la rápida desaceleración de China no continúe – especialmente si permanecen la alerta sanitaria - o que la zona euro se libre del crecimiento negativo. España, con una inercia de crecimiento fuerte, un panorama energético más equilibrado y abundantes fondos europeos, puede evitar la recesión. Las inversiones para la transición energética y transformación digital pueden ser las nuevas fuentes de crecimiento de la mano de una nueva política industrial a la que Estados Unidos, China y la Unión Europea están destinando ingentes recursos.
En materia energética, 2023 se presenta algo menos convulso, pero no menos intenso. La situación estará altamente condicionada por lo ocurrido durante el pasado año y por la sucesión de acciones, propuestas y medidas aprobadas en el ámbito europeo y nacional. Vendrá marcado por la reordenación del escenario energético y un refuerzo de la Unión de la Energía, condicionado por una mayor ambición en los objetivos para la transición verde y la lucha contra el cambio climático, la garantía del suministro – especialmente para el próximo invierno - y la revisión de los parámetros de funcionamiento del mercado de electricidad y de gas. Para garantizar un adecuado funcionamiento de los mercados e incentivar la inversión, la situación extraordinaria que atravesamos requerirá desligar bien las medidas temporales y transitorias destinadas a paliar la crisis energética de las reformas y actuaciones estructurales orientadas a garantizar un correcto funcionamiento de los mercados energéticos en un contexto de transición energética.
En el ámbito financiero, la política monetaria comenzará a mostrar su cara más restrictiva en 2023 hasta que, no antes de 2025, la tasa de inflación se vaya acercando a niveles del objetivo del BCE. Las subidas de tipos y la reducción de las compras de deuda soberana por parte de BCE tendrán impacto en la evolución del consumo y la inversión, las finanzas públicas – que acumulan elevados niveles de endeudamiento - y los mercados financieros, que enfrentan crecientes riesgos en los activos que permanecen en la sombra fuera de balances fuera de la banca.
Por lo que respecta al comercio internacional, el Covid, la guerra en Ucrania y la geopolítica en general, a su vez, está reconfigurando las cadenas de valor en base a la proximidad (nearshoring) o la seguridad estratégica (friendshoring) lo que se traducirá en un previsible proceso de desglobalización y un impulso de la digitalización y la robotización para compensar el incremento de los costes laborales y la pérdida de población activa en las economías avanzadas. Para la economía española, como la europea en general, esta “desglobalización” presenta un riesgo evidente de encarecimiento de los costes de producción y de volatilidad de los mercados internacionales. No obstante, también surgen oportunidades, a la vista del posicionamiento competitivo de las empresas españolas ante la reorganización de las cadenas de suministro mundial.
Todo lo anterior tiene consecuencias en materia de cohesión social, que se suman a las grandes tendencias que arrastrábamos con anterioridad. La guerra de Ucrania ha golpeado muy severamente a nuestras economías afectando a toda la ciudadanía, pero especialmente a los colectivos más vulnerables. Pero adicionalmente a ello, la transición climática y revolución tecnológica seguirán transformando progresivamente nuestras sociedades. Depende de nosotros que nos permitan avanzar hacia sociedades más inclusivas y, por tanto, más cohesionadas o supongan pasos atrás.
Ante este contexto disruptivo generado por esa doble transición, España debe impulsar un patrón de crecimiento que sea mucho más eficiente en el uso de sus recursos humanos y naturales y que, a la vez, potencie la creación de bienes y servicios de alto valor añadido. Para ello, en el corto plazo son precisas políticas económicas de oferta con un marco regulatorio, laboral, fiscal, energético y educativo competitivo que de confianza e impulse la productividad y la innovación, y posicione a España como un actor clave en el diseño de las nuevas cadenas de valor.
A su vez, sigue siendo preciso alcanzar un Pacto de Rentas que permita repartir los costes de la crisis de una manera equitativa contando con el apoyo político y social más amplio posible. Y en materia tributaria, es preciso huir de improvisaciones poco meditadas y adoptar un planteamiento riguroso basado en un cuidadoso diagnóstico de las debilidades de nuestro sistema fiscal. Todo ello en un complejo contexto de año multielectoral, en el que, además, España ejercerá la presidencia de turno del Consejo de la Unión Europea. Todo un desafío.
Y, por su parte, en este contexto, las empresas tienen una extraordinaria oportunidad de mostrar su compromiso social para hacer frente a estos desafíos a través del impulso de tecnologías que aumenten la productividad laboral e incentiven la creación de empleo de calidad.
A ello debería contribuir la irrepetible oportunidad que suponen para España los Fondos NextGenerationEU. Tras año y medio de despliegue del Plan de recuperación, los recursos comienzan a llegar al tejido productivo, y la adenda al plan que se remitirá formalmente a Bruselas los próximos días, incorporando más de 10.000 millones adicionales de transferencias no reembolsables y más de 84.000 millones en forma de préstamos en condiciones preferentes debería suponer un gran impulso. España dispondrá de más de 200.000 millones de euros procedentes de fondos europeos para transformarse, cuatro veces más que en el anterior periodo de programación.
Todo un reto para un tejido productivo que en 2023 seguirá centrando sus estrategias empresariales en digitalizar sus procesos, avanzar en la innovación de sus productos y servicios, evolucionar sus modelos de negocio, controlar sus costes energéticos, financieros y laborales, retener y atraer el talento, garantizar sus cadenas de suministro y logística, hacer frente a las ciberamenazas, al tiempo que aumentar su creciente compromiso empresarial con la sostenibilidad medioambiental y social. Grandes desafíos para el liderazgo empresarial.
Desafíos comunes que deberá afrontar todo el tejido productivo, a los que se suman otros dependiendo de sus respectivas prioridades sectoriales; abordar el freno al consumo y cambio de tendencias en el sector retail, la resiliencia del sector bancario y de seguros, los problemas de suministro y la descarbonización en el sector industrial, la falta de mano de obra en el sector construcción, la transformación de la movilidad en el sector de la automoción, la sostenibilidad del sistema de salud, la modernización del sector del turismo, la mejora de la eficacia y eficiencia de las Administraciones Públicas, la innovación y emprendimiento en la empresa familiar, etc.
Son precisamente estos contextos de incertidumbre tiempos de oportunidad donde se consolidan proyectos de éxito entre aquellas empresas que sean más eficientes en su transformación a la nueva realidad y den una respuesta más acertada a los nuevos requerimientos como puedan ser la sostenibilidad, la digitalización o el envejecimiento demográfico.
Así, 2023 será un año nuevamente plagado de desafíos, pero también de oportunidades, para los que debemos estar preparados y ponernos manos a la obra desde hoy mismo.
Publicado en Expansión